14/6/14

ECOS DE LA PALABRA


La comunidad, actualización del modelo de la Trinidad

Reflexiones sobre el evangelio de Juan 3, 16-18 (Santísima Trinidad - Ciclo A)

Quisiera iniciar estos Ecos de la Palabra haciendo un voto de humildad y reconocer que al misterio de la Trinidad, que ocupa nuestra meditación de este domingo, solo puedo acercarme desde el don de la fe y que, desde la limitación de mis razonamientos, no puedo más que ofreceros algunas pistas para que os dejéis llevar por este misterio de amor y comunión que supera por mucho el alcance de nuestra inteligencia.
Desde la pequeñez de nuestra razón, sin embargo, hemos de reconocer que a lo largo de la historia de la Iglesia, han sido muchos los teólogos que nos han ayudado a buscar la razonabilidad de la fe, a hacer un acercamiento lúcido al misterio de Dios sabiendo que, en algún momento de la reflexión, es necesario dar el salto de la fe pues, de lo contrario, nuestra inteligencia humana caería en el artificio de querer demostrar la “cuadratura del círculo”. Muchos de estos teólogos se han valido de imágenes y de metáforas para ilustrar el misterio de la Trinidad, yo personalmente me quedo con la de San Agustín, “Aquí tenemos tres cosas: el Amante, el Amado y el Amor; un Padre Amante, un Hijo Amado y el vínculo que mantiene unidos a los dos, el Espíritu de Amor”.
Otra imagen que suelo usar con los niños, obviamente lejos de la altura de las de San Agustín o Tomás de Aquino, es la de hablar de un partido o una obra de teatro de tres escenas en la que, aunque los tres protagonistas están siempre, cada uno tiene una “escena” en la que es protagonista, así, el Padre es protagonista de la primera etapa de la historia de la Salvación, desde la creación hasta Juan Bautista; el Hijo protagoniza el momento en que Dios se hace parte de la historia compartiendo nuestra humanidad y, finalmente, el Espíritu, protagoniza el tiempo de la Iglesia haciendo presente el don del
Padre y del Hijo. Imágenes limitadas que solo son un atisbo de ese misterio que más que entender estamos llamados a admirar y vivir.
¿Qué nos enseña este misterio de Dios? Os sugiero estas dos invitaciones que creo que nos pueden ayudar a vivir al Dios Uno y Trino en nuestra experiencia creyente:

Llamados a la comunión. El modelo de sociedad que nos ofrece la Trinidad es un modelo comunitario. La implicación de las tres personas en toda la obra de Salvación dota de sentido su ser y su quehacer, su vida y su misión. En la comunidad de Dios hay una comunicación fluida entre las personas que permite que la obra y los logros de cada uno de sus miembros sea la obra de los otros porque hay complicidad en el amor y la misión: todo lo del Padre es del Hijo y todo lo del Hijo es del Padre. En la comunidad de Dios no hay celos ni rivalidad, hay una implicación tan grande en la misma misión que ninguno busca la figuración por encima del otro. Su ser se define por el salir de sí mismo dándose, entregándose para la vida.
Hoy seguimos llamados a construir comunidades significativas que, a través de su vida, actualicen el don de un Dios que se hizo comunión, que se hizo comunidad.
Comunidad para la misión. La vida de comunidad no es una simple cohabitación, lo que le da sentido es la misión y ésta, siguiendo el modelo de la Trinidad, no es otra que salvar: “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo”. La misión de las comunidades cristianas y esto, creo yo, que es lo que las hará significativas en la construcción social, es su opción radical por transmitir o comunicar vida digna, por abrir horizontes de felicidad para todos mediante el compromiso por la justicia y por llenar de esperanza la historia de la humanidad a través del anuncio de la
Buena Noticia de Jesús que nos revela el rostro del Padre bueno y nos anima con la fuerza de su Espíritu.

Javier Castillo, sj
Director del Centro Loyola de Pamplona

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