La revolución de la sencillez. Reflexiones de Mateo 11, 25-30
Hace un par de semanas nuestros compañeros de
Magis Radio le preguntaron al General de la
Compañía de Jesús, Padre Adolfo Nicolás, si le
sorprendía el Papa Francisco. En su respuesta, que fue un lacónico no, citó a un periodista italiano que dice que lo del Papa es la “revolución de la normalidad” y agregó que su estilo dialogante, cercano, abierto y cariñoso es reconocido y acogido en los diferentes continentes.
¡A mí me gusta el Papa Francisco! Desde sus primeras horas como Obispo de Roma no ha dejado de sorprendernos con gestos y palabras que nos dicen cercanía y acogida; que nos transmiten, sin edulcorantes, la opción radical que ha de tener la Iglesia por los pobres. Su lenguaje, llano pero profundo, lo entendemos todos porque está sintonizado con el alma del pueblo sin caer en los desagradables populismos. Nos toca el alma y nos emociona porque habla desde el corazón. Aún recuerdo emocionado cuando, desde la logia de San Pedro aquél lluvioso 13 de marzo de 2013, nos pidió a quienes estábamos allí que rezáramos por él y se inclinó para recibir la oración de su pueblo.
La revolución de la normalidad o de la sencillez va más allá de los gestos y las imágenes, de los zapatos rojos o negros, de si va en un Mercedes Benz o en un Ford Focus. Estos gestos son importantes pero creo que hay que ir más allá. El evangelio de hoy es precisamente una llamada a vivir la revolución de lo sencillo como un camino ineludible para penetrar en la profundidad de la revelación de Dios. Son varias las ocasiones en que Jesús pone como condición para conocer el misterio del amor de Dios o para entrar en el Reino el tener un corazón sencillo: “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de Dios” o, “te doy gracias Padre porque esto se lo has revelado a los sencillos y no a los sabios”. Y lo que revela el Padre a los sencillos es su ser mismo: “… nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Insisto que la sencillez no son simples signos, es una actitud y un valor que ayuda a disponer nuestros corazones y nuestra mente para abrirnos a la revelación de Dios y para dejarnos sorprender por un misterio que nos trasciende y que, aunque tengamos toda la ciencia del mundo, siempre nos desbordará pues solo es accesible por el acto generoso de la comunicación de un Dios que se quiere revelar. Esta llamada a la sencillez tiene una aplicación importante en la acción pastoral de la Iglesia. No se trata de banalizar el mensaje, eso sería populismo, sino de presentarlo con un lenguaje cercano y comprensible para todos, como lo hacía Jesús con las parábolas. No son pocas las veces en las que caemos en la tentación de que, por querer ofrecer un mensaje erudito: bien fundamentado en la exégesis bíblica, confirmado por la cita de eminentes teólogos y de las enseñanzas del magisterio o confrontado con las aportaciones de las ciencias humanas y sociales, ocultamos o dejamos en un segundo plano el mensaje de Dios. Volviendo al Papa y al enorme impacto que está teniendo en el mundo en tan poco tiempo, ¿no os parece que es gracias a que sus gestos y sus palabras están cargados de la honda sencillez del evangelio?
La revolución de la sencillez termina con dos llamadas: por un lado, a descansar. Como lo hace la gente normal, los discípulos de Jesús se cansan y deben descansar. Dice un formador de los jesuitas en Madrid que “El que no descansa… cansa” y si el descanso es con Jesús que nos libera de los agobios, mucho mejor. La segunda llamada es a cargar con el yugo, a trabajar por el Reino, pero siempre con la actitud de la sencillez y la mansedumbre. Sin sentirnos la última palabra, siempre con la actitud de quien escucha con humildad y con la ternura de Dios.
Javier Castillo, sj
Director del Centro Loyola de Pamplona
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