25/5/14

ECOS DE LA PALABRA



No os dejaré huérfanos

Reflexiones sobre el evangelio de Juan 14, 15-21 (VI Domingo de Pascua - Ciclo A)

Permítanme ilustrar la reflexión sobre este
evangelio con una experiencia personal que,
seguramente, muchos de vosotros habéis vivido de
manera análoga. Hace 11 años mi superior me
pidió salir de mi país para venir a España a estudiar.
Agradecí, acepté y asumí el coste de esta oportunidad. El coste más elevado era separarme
de mi familia pues la distancia me impediría verla
con la frecuencia que querría. La ausencia de mi
madre y de mi tía, que son los pilares de mi vida,
no era fácil de llevar. Sin embargo, y aquí está la
analogía con el evangelio, se ha suscitado una
nueva forma de presencia, no determinada ni por
el espacio ni por el tiempo, que hace que ellas estén siempre presentes, que no me sienta huérfano y, mucho menos, abandonado. La complicidad del espíritu, la permanente presencia de sus enseñanzas y de sus intuiciones hace que, a pesar de la distancia, las sienta conmigo.
Los discípulos de Jesús se sienten apesadumbrados por la inminente partida del Maestro, el futuro se presenta sombrío pues la voz y la presencia de su pastor dejarán de ser visibles y audibles. ¿Cómo afrontar la vida de la comunidad sin él? ¿El proyecto del Reino quedará frustrado por la ausencia de Jesús? ¿Se cumplirá la profecía de que las ovejas se dispersarán cuando se hiera al pastor? Estos sentimientos, sin lugar a duda comprensibles, son apaciguados por el anuncio de Jesús del envío de otro defensor, de otro paráclito que les enseñará la verdad y por medio del cual Jesús cumplirá su promesa de no dejarlos solos, de no dejarlos huérfanos.
Jesús, hoy como ayer, vive y está en la comunidad a través de su Espíritu:
Como aliento para la esperanza…
Como la luz que disipa nuestras dudas y nos aclara el camino que estamos llamados a recorrer para llevar a buen término la misión que se nos ha encomendado...
Como fuerza que nos levanta en los momentos de dificultad o cuando las adversidades de la vida hacen que flaquee nuestra ilusión y se desmoronen nuestras utopías…
Como aire que nos mueve a un mayor compromiso con la causa del Reino, a optar sin miedo por los valores del Reino aunque éstos sean entendidos como una fuerza contracultural…
Como fuego que nos hace arder de un entusiasmo renovado por hacer presente, a tiempo y a destiempo, el modelo de humanidad y de sociedad del Evangelio…
Como lazo de amor que nos hace salir de nuestro propio amor, querer e interés para construir un “nosotros”, una comunidad que sea signo de que hoy es posible ser y estar
en el mundo viviendo relaciones de igualdad, fraternidad, comensalía, solidaridad y libertad…
La lista de características de la nueva presencia de Jesús a través de su Espíritu seguro que es más amplia y, cada uno de nosotros, desde su experiencia de encuentro con Él, podría agregar algunas cuantas. Reconocer esta nueva forma de presencia es importante, no obstante, creo que lo más importante de esta reflexión es la certeza de que Jesús, como lo dice en el Evangelio, “sigue viviendo, está con nosotros y vive entre nosotros”. En la mente y en el corazón de Jesús no hay lugar para el abandono, la huida o el “apañaos como podáis”… él sabe que solos no podremos alcanzar la meta de hacer una tierra nueva y un nuevo cielo por eso se queda entre nosotros a través del Espíritu que trasciende el tiempo y el espacio.
Esta nueva forma de presencia de Jesús se percibe, de manera significativa, en la comunión, es decir en el vínculo de amor que se establece entre Dios y nosotros, una comunión que es dinámica, creativa, diversa y plural: “Yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros”.
Una invitación para finalizar esta reflexión. Para percibir, vibrar y dejarnos tocar por esta nueva presencia de Jesús es necesario abrir nuestra mirada y nuestra mente; no permitir que se encasille el Espíritu, dejarlo fluir con sus nuevos lenguajes y sus nuevas expresiones de manera que, a diferencia del mundo que no lo vio y no lo conoció, podamos ser testigos de aquél que no nos dejó huérfanos y sigue siendo la razón de nuestra vida.
                                                 Javier Castillo, sj
Director del Centro Loyola de Pamplona

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