No os
dejaré huérfanos
Reflexiones sobre el evangelio de Juan
14, 15-21 (VI Domingo de Pascua - Ciclo A)
Permítanme
ilustrar la reflexión sobre este
seguramente,
muchos de vosotros habéis vivido de
manera
análoga. Hace 11 años mi superior me
pidió salir
de mi país para venir a España a estudiar.
Agradecí,
acepté y asumí el coste de esta oportunidad.
El coste más elevado era separarme
de mi
familia pues la distancia me impediría verla
con la
frecuencia que querría. La ausencia de mi
madre y de
mi tía, que son los pilares de mi vida,
no era
fácil de llevar. Sin embargo, y aquí está la
analogía
con el evangelio, se ha suscitado una
nueva forma
de presencia, no determinada ni por
el espacio
ni por el tiempo, que hace que ellas estén siempre presentes, que no me sienta huérfano y,
mucho menos, abandonado. La complicidad
del espíritu, la permanente presencia de sus
enseñanzas y de sus intuiciones hace que, a pesar de la
distancia, las sienta conmigo.
Los discípulos
de Jesús se sienten apesadumbrados por la inminente partida del Maestro, el
futuro se presenta sombrío pues la voz y la presencia de su pastor dejarán de ser
visibles y audibles. ¿Cómo afrontar la vida de la comunidad sin él? ¿El
proyecto del Reino
quedará frustrado por la ausencia de Jesús? ¿Se cumplirá la profecía de que las ovejas
se dispersarán cuando se hiera al pastor? Estos sentimientos, sin lugar a duda comprensibles,
son apaciguados por el anuncio de Jesús del envío de otro defensor, de otro
paráclito que les enseñará la verdad y por medio del cual Jesús cumplirá su
promesa de no
dejarlos solos, de no dejarlos huérfanos.
Jesús, hoy
como ayer, vive y está en la comunidad a través de su Espíritu:
Como aliento
para la esperanza…
Como la luz
que disipa nuestras
dudas y nos aclara el camino que estamos llamados a recorrer
para llevar a buen término la misión que se nos ha encomendado...
Como fuerza
que nos levanta en
los momentos de dificultad o cuando las adversidades de la vida
hacen que flaquee nuestra ilusión y se desmoronen nuestras utopías…
Como aire
que nos mueve a un
mayor compromiso con la causa del Reino, a optar sin miedo por
los valores del Reino aunque éstos sean entendidos como una fuerza contracultural…

Como lazo
de amor que nos hace salir
de nuestro propio amor, querer e interés para construir
un “nosotros”, una comunidad que sea signo de que hoy es posible ser y estar
en el mundo
viviendo relaciones de igualdad, fraternidad, comensalía, solidaridad y libertad…
La lista de
características de la nueva presencia de Jesús a través de su Espíritu seguro que es más
amplia y, cada uno de nosotros, desde su experiencia de encuentro con Él, podría
agregar algunas cuantas. Reconocer esta nueva forma de presencia es importante,
no obstante, creo que lo más importante de esta reflexión es la certeza de que Jesús,
como lo dice en el Evangelio, “sigue viviendo, está con nosotros y vive entre nosotros”.
En la mente y en el corazón de Jesús no hay lugar para el abandono, la huida o el “apañaos
como podáis”… él sabe que solos no podremos alcanzar la meta de hacer una tierra
nueva y un nuevo cielo por eso se queda entre nosotros a través del Espíritu que
trasciende el tiempo y el espacio.
Esta nueva
forma de presencia de Jesús se percibe, de manera significativa, en la comunión,
es decir en el vínculo de amor que se establece entre Dios y nosotros, una comunión
que es dinámica, creativa, diversa y plural: “Yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y
yo con vosotros”.
Una
invitación para finalizar esta reflexión. Para percibir, vibrar y dejarnos
tocar por esta nueva presencia de Jesús es necesario abrir nuestra mirada y nuestra mente; no
permitir que se
encasille el Espíritu, dejarlo fluir con sus nuevos lenguajes y sus nuevas expresiones
de manera que, a diferencia del mundo que no lo vio y no lo conoció, podamos ser
testigos de aquél que no nos dejó huérfanos y sigue siendo la razón de nuestra
vida.
Javier Castillo, sj
Director del Centro Loyola de Pamplona
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