2/5/14

Reflexionamos el Evangelio de este domingo...


Reflexiones sobre el evangelio de Lucas 24, 13-35 
(III Domingo de Pascua - Ciclo A)


No hay testigos de la resurrección pero si hay múltiples testigos de la presencia del Resucitado. En cada uno de los encuentros de Jesús con las personas que le acompañaron en sus tres años de vida pública, y que ahora se convierten en testigos, hay toda una catequesis acerca de cómo hemos de vivir la resurrección. Había una tentación en los primeros discípulos de centrar su gozo en el hecho de la tumba vacía y de entender la resurrección como un triunfo frente a los que mataron a Jesús. Pero la resurrección va más allá, la alegría se funda en la experiencia de sentir una fuerza transformadora que los hace capaces de vivir de acuerdo con los valores del Reino y de ser testigos ante los hombres del nuevo modo de proceder que aquellos valores exige. Esto es lo que San Ignacio, en la cuarta semana de los Ejercicios, denomina como los maravillosos efectos de la resurrección.

El domingo pasado, a partir de la experiencia de Tomás, resaltábamos tres efectos del resucitado en la comunidad de discípulos: el primero se reflejaba en la atención de la comunidad a los últimos, a los más pobres y desfavorecidos. El segundo, en la capacidad de comprometerse con el perdón y la reconciliación como fundamentos de una paz duradera y, el tercero, en vivir una fe que supere la necesidad de las pruebas.

En este tercer domingo, el encuentro con el resucitado nos sugiere otros tres efectos:
Reavivar la esperanza. El fracaso y la decepción ocasionados por el proceso de prendimiento y ejecución de Jesús, su Maestro, habían hundido a los discípulos de
Emaús y la desilusión y la desesperanza se apoderaron de ellos. Huyen de Jerusalén porque sienten que todo se ha derrumbado y que las expectativas de la liberación del yugo romano se han esfumado. Sin embargo, aquél misterioso compañero de viaje, que no sabe lo que ha pasado esos días, con sus palabras y su presencia les devuelve la esperanza cuando les va comentando que todo lo sucedido no es casualidad sino que responde al plan de amor de Dios por su pueblo como lo atestigua la Escritura, comenzando por Moisés y siguiendo con los profetas.

Reavivar el fuego. El segundo efecto del encuentro con el Resucitado consiste en el renacer de la ilusión, del gozo y de la utopía que hace sentir que la vida cobra un nuevo sentido y que vale la pena entregar lo mejor de cada uno para colaborar en la construcción de un mundo a la manera de Jesús, un mundo capaz de hacer felices a muchos porque el tiempo de la muerte ha pasado y el tiempo de la vida digna comienza a florecer. Los discípulos, que venían con el rostro entristecido y el corazón huérfano, van sintiendo en cada palabra de Jesús cómo de las cenizas causadas por el dolor empieza a nacer un fuego nuevo que llena de ardor sus corazones. Ese ardor se traduce en una capacidad sin medida de trasmitir el gozo del Evangelio, no a través de la imposición de una doctrina sino por medio de la atracción que suscita ver a las personas que han sido seducidas por un Dios que es compasivo y amoroso. ¡Cuando el Resucitado nos inunda, el fuego de nuestro corazón enciende otros fuegos!

Volver a la comunidad. El tercer elemento es volver a la comunidad, volver el seno de los hermanos desde donde estamos llamados a ser testigos del acontecer de Dios en nosotros y en la historia. Jesús apostó, y sigue apostando, por la experiencia comunitaria como uno de los elementos fundamentales para anunciar y hacer creíble su proyecto del Reino. En una sociedad donde se privilegie el individualismo y el “sálvese quien pueda” es muy difícil que crezca la semilla de un mundo construido a la manera de Jesús.
Tres nuevos efectos del encuentro con el Resucitado, que nos queda, poner ¡manos a la obra!
Javier Castillo, sj
Director del Centro Loyola de Pamplona

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