Yo soy el camino, la verdad y la vida
Reflexiones sobre el evangelio de Juan 14, 1-12
El común denominador de los evangelios de la
Pascua son las apariciones del Resucitado. La
finalidad de estos encuentros con Jesús es

los discípulos que se habían resquebrajado, en
un primer momento, por el proceso que llevó
a Jesús a la muerte en cruz y, ahora, por el
anuncio de su nueva partida, de su retorno al
Padre. Esta nueva partida del Maestro y el
enorme vacío que dejará su ausencia en la
comunidad les revive el dolor y les aboca a la
necesidad de volver a elaborar un duelo que
parecía superado.
El pasaje de San Juan tiene dos partes, en la primera, Jesús recompone la esperanza y la
ilusión de la comunidad al poner de manifiesto el horizonte y el camino al que conduce la
experiencia de ser sus discípulos que, aunque parezca simple, no es otra cosa que vivir
en plenitud el encuentro con el Abbá, con el Dios Padre que él ha anunciado por activa
y por pasiva a lo largo de sus tres años de predicación. El Padre misericordioso que
acoge sin distingo de razas, lenguas o condición social, que devuelve la libertad y que
proclama y defiende la dignidad de todas las personas. Al finalizar nuestro camino
encontraremos un cartel que dice “en la casa de mi Padre hay muchas habitaciones” y,
estamos seguros, que una de ellas tiene nuestro nombre porque es la casa del Pastor
bueno, el de las puertas abiertas. Ese es el destino y ese es el camino de Jesús y que
nosotros estamos invitados a recorrer.
La segunda parte está antecedida por la pregunta de Tomás: ¿Señor, no sabemos
adónde vas cómo vamos a conocer el camino? Como Tomás, nosotros solemos hacernos
también la pregunta sobre los “cómos”, por ejemplo, cuando nos presentan un proyecto
técnicamente elaborado y con unos objetivos atrayentes preguntamos si es viable, si es
factible, en últimas, ¿cómo lo vamos a hacer?
Para llevar a cabo el proyecto de encaminarnos al encuentro con el Padre, Jesús nos da
las pistas de cómo hacerlo, dice “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre
sino por mí”, es decir, que es muy difícil entrar en la Casa del Padre sin pasar por Jesús,
sin hacer el camino del discipulado y, sobre todo, el camino de vivir en coherencia con
los valores del Evangelio.
Yo soy el camino… es una llamada a transitar por el proyecto de Jesús, a volver a la
radicalidad y a la frescura original del Evangelio, a hacer nuestros sus criterios y su
propuesta de mundo y de sociedad, una humanidad que sea capaz de hacer realidad el
sueño de las bienaventuranzas y el sueño de una comunidad universal donde la lógica
del amor desplaza la lógica del interés y de ponerle precio a las personas como si fuesen
cosas.
Yo soy la verdad… Jesús nos revela lo que somos, revela nuestra verdad fundamental
como seres humanos. La verdad en el Evangelio no es la simple “adecuación de los que
pensamos con la cosa”, la verdad que allí se nos revela es la dignidad de la persona
humana, de toda persona humana, pues dicha dignidad se funda en su condición de hijo
y hermano y en la llamada a vivir tan plenamente la existencia que esa vida merezca ser
eternizable en la Casa del Padre.
Yo soy la vida… Para participar del encuentro con el Padre, con el Abbá, debemos optar
por la vida como decía el que fuera Obispo de Recife Don Helder Cámara, “por la vida,
hasta la vida misma”. Jesús nos llama a ser constructores de vida, a salir de nuestros
pequeños intereses, de nuestras búsquedas, a veces un tanto mezquinas, para
comprometernos con una vida que llene de sentido todos los rincones de la existencia
de los hombres y las mujeres con quienes compartimos este trozo de historia. El trabajo
por la vida digna, en las actuales circunstancias, puede tener un precio elevado pues
quienes decidan, como Jesús, elegir la vida, serán una voz incómoda para quienes, desde
los diferentes poderes, han convertido la vida en algo secundario, en algo que no merece
la pena salvar porque no ofrece réditos que suban los indicadores de la bolsa o bajen la
prima de riesgo.
El camino es atrayente, preguntémonos si estamos dispuestos a recorrerlo.
Javier Castillo, sj
Director del Centro Loyola de Pamplona
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